Para los apasionados de los deportes de motor de cuatro o dos; por mar, aire o tierra; del pasado, del presente o del futuro; la llegada de la primavera significa el inicio de la temporada de Fórmula Uno.
Ciertamente este es un deporte con unos costos enormes, en donde lo importante no es el precio de los componentes si no la calidad, fiabilidad y prestaciones de las piezas. Además de que, para poco menos de dos horas frenéticas y emocionantes de carreras, existe un trabajo oculto inmenso por parte de los profesionales más valiosos y con más talento que se puedan conseguir.
Los simuladores de conducción
Una de las piezas clave, a partir de la limitación estricta de los ensayos en pista para contener los costes, en el desarrollo y evolución de un monoplaza y de la conducción de sus pilotos son los simuladores de conducción.
Artilugios que no tienen nada que envidiar a los simuladores de vuelo envolvente utilizados por la industria aeronáutica, y que no solamente reproducen al milímetro la cabina del bólido y la visión desde su posición de conducción de un circuito construido al detalle y con absoluta exactitud, si no que reproducen las fuerzas soportadas por medio de plataformas de movimiento de seis ejes espaciales.
Y aquí, en medio de la adrenalina y la velocidad encontramos que los sistemas de control y de representación de los datos, todo el software que utilizan los ingenieros para definir en qué se van a gastar los presupuestos millonarios, y pulir durante meses la técnica de conducción a la milésima de los pilotos; todo ello va sobre un Windows.
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